4 de mayo de 2011

EL MIRADOR. (DE JUAN GÉRVAS). GRANDES NÚMEROS

Fuente:   EL MIRADOR. (DE JUAN GÉRVAS). GRANDES NÚMEROS

Madrid 03/05/2011 A partir de la realidad de la muerte y de la existencia del dolor e, incluso, de la necesidad de éste, el comentarista se adentra en esa otra realidad, la de las grandes cifras de los estudios con que se trata de vender remedios para convertirnos casi en eternos, por más que éstos no comporten en ocasiones otra cosa que una prolongación de los años, pero no de la calidad de la vida.

Dicen que la guerra es cuando los padres entierran a los hijos. Con el hambre también los padres entierran a los hijos. Lo normal es que los hijos entierren a los padres. Enterrar al ser querido es casi lo más humano, el sentimiento básico que nos unió como seres con piedad (por más que alguna religión exija no enterrar a los muertos, que de todo hay en la viña del señor). Hay religiones que creen en la resucitación de los muertos; hay otras que creen en la transmigración de las almas, y otras en la re-encarnación. Hay de todo en la viña del señor, ya digo.

Hay hijos que entierran vivos a los padres. Sí, ahora a los padres muchas veces los entierran en vida, al meterlos en los asilos, que llaman residencias. Residencias llamaron los franquistas a los hospitales, para intentar disimular su esencia. Las palabras pretenden engañar, pero los hechos se imponen. Las residencias de ancianos suelen ser pudrideros y morideros, lugares en los que se juntan viejos con viejos para esperar la muerte, y donde muchas veces todos los horrores son posibles (uso innecesario de antipsicóticos, utilización de los tranquilizantes para control, pañales de incontinencia para comodidad del personal, correas y fijaciones para inmovilización forzada, alimentación sana con pan integral para ancianos sin dentaduras que pierden por falta de cuidados, y demás). Los recluyen en los asilos-residencias y se justifican diciendo que allí estarán mejor y que en casa no hay sitio. Cierto, en casa no hay sitio para el corazón, ni para la piedad. Enseguida saltan las feministas para decir que en casa le toca a la mujer. Y es verdad. Pero la solución no es el ingreso universal en la residencia-asilo, en el pudridero-moridero. Casi todos llegaremos a ancianos y todos moriremos; lo humano es la piedad en ambas situaciones.

Memento moris

A la gente le asombra la muerte, especialmente en niños y en jóvenes. Pareciera que uno naciera para no morir, y en su defecto para morir de viejo. Toda muerte se convierte en un fracaso. Pero no, la muerte es compañera del viaje vital. Y no está mal que así sea. Todo el que nace muere. Por cierto, tan cierta como la muerte es el dolor. Pero hay plataformas por ahí sinDOLOR, e iniciativas tipo Hospital sin Dolor. Y las Consejeras de Sanidad (Extremadura) y Salud (Salud, sí, Andalucía) se reúnen para evaluar el dolor. Y el dolor se convierte en epidemia silenciosa, como la osteoporosis, la diabetes, la hipertensión y tantas y tantas otras situaciones que generan beneficios. Por supuesto, la Comisión de Sanidad del Parlamento analiza el problema del dolor en España. Hasta la Sociedad Española de Directivos de Salud (Salud, sí) se preocupa por la mejor gestión del dolor. Y claro, hay unidades del dolor en todo hospital que se precie. Imperativamente proclaman por doquier: ¡Usted no tiene por qué tener dolor!

Para ser prudentes habría que decir: ¡Usted no debería tener dolores evitables! No es lo mismo.

¡Qué sería del dolor sin el negocio que genera! Porque sin dolor nos moriríamos. El dolor es preciso para vivir. Por ejemplo, el paciente con lepra pierde la sensibilidad, y los dedos, y las extremidades. Se quema y huele a carne quemada, pero no le duele. Se corta y ve la sangre (y el fragmento de dedo rodar por el suelo, en un ejemplo) pero no le duele. Se pilla la mano en la puerta del coche, y deja trozos de piel, carne y huesos, pero no le duele. ¡Esto de no tener dolor es cojonudo!, dice el leproso.

Memento moris. Recuerda que morirás. Eres mortal. Lo recitaba el esclavo al general mientras recorría triunfal las calles de Roma. Convendría que alguien nos recordara también que tendremos dolor.

Expectativa de vida al nacer

En cien años, de comienzos del siglo XX a comienzos del siglo XXI, la expectativa de vida al nacer en España ha pasado de 40 a 80 años. Es decir, se ha doblado. La gente piensa que con la aceleración de la Medicina y de la Ciencia en general, en medio siglo más doblaremos otra vez la expectativa de vida, de 80 a 160 años. Y que en un pispás nos pondremos en la ausencia de muerte, en la juventud eterna y en la vida sin dolor. Alimenta estas creencias una religión preventiva que cree en evitar todo mal, bien servida por médicos-magos-comerciantes (voceros de una corporación científico-tecnológica-industrial insaciable).

En realidad, lo importante para el aumento de la expectativa de vida en los dos últimos siglos ha sido la disminución del número de hijos, la difusión de las vacunas básicas, el aumento de los alimentos disponibles, la mejora en el suministro y depuración de las aguas, la educación universal y el incremento de la riqueza con una cierta mejora en su distribución. Los avances médicos han sido muy importantes en algunos aspectos concretos, tipo lavarse las manos antes de operar y ayudar en un parto, el uso prudente de antibióticos, y tratamiento adecuado de la insuficiencia cardíaca. Pero en otros muchos casos los médicos seguimos con artilugios y técnicas parecidas a las sangrías y ventosas, como el uso de estatinas en prevención primaria cardiovascular (en personas sin enfermedad cardiovascular) y como el PSA para diagnóstico precoz del cáncer de próstata.

Lo que hemos logrado en los dos últimos siglos es que la mayoría de la población llegue a la ancianidad, no que los ancianos vivan más y mejor. El logro final de los países desarrollados es que muchos más mueran de ancianos (es decir, con años de deterioro grave físico y mental, y generalmente encerrados en pudrideros-morideros llamados asilos-residencias). No podrá parecer raro que el suicidio sea la tercera causa de muerte en España.

El médico anumérico

A los médicos nos dan una tabla de resultados y empezamos a vomitar tras un rato de mirarla sin ver nada, ni los números que pone. Por eso los expertos se esfuerzan en decirnos cosas simples que nos muevan, sin tener que pensar mucho. Tipo millones y millones de muertos, por cáncer de cuello de útero, cáncer de mama, cáncer de próstata, EPOC, causa cardiovascular, por gripe e infecciones varias y demás. ¡Sin poner el denominador, de seis mil millones de personas! La cosa es tan ridícula que si uno suma los muertos de estos expertos (por supuesto, en sus publicaciones en revistas serias) es imposible tal cúmulo y se acabaría la Humanidad en un pispás. Vamos, que con tal de vender nos hacen morir dos veces. Pasamos de negar lo evidente, la muerte del que nace, para vender remedios a costa de hacernos morir varias veces (con sus cifras inventadas).

Grosso modo, en el mundo mueren un millón de personas cada día. Es lógico y no implica el fracaso de la Medicina. Implica el fracaso de la política, del comercio justo, de la justicia, de la dignidad, de la ética, de la equidad y de la moral.

La mitad, medio millón al día, mueren de hambre y desnutrición.

¡No me asusten con grandes números, que los de verdad me avergüenzan como médico occidental rico que soy!

Juan Gérvas (jgervasc@meditex.es) es Médico General y promotor del Equipo CESCA (www.equipocesca.org)
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario